GLEE: "Grilled Cheesus" y un capítulo muy espiritual (*ALERTA SPOILERS*)

Hace un rato terminé de ver por segunda vez el último capítulo de mi adorada serie Glee (S02x03 “Grilled Cheesus”), con la que venía… no sé si decir decepcionada o enojada… pero lo cierto es que desde que empezó esta segunda temporada, sentí que los episodios no han tenido un hilo conductor y, mucho menos, han hecho movilizar la trama. Pero bueno, la verdad es que este tercer capítulo se ha parecido más a los primeros trece, esos que nos hicieron delirar por esta nueva serie musical, y menos a los de la última tanda, que vimos este año, incluido S02x02 “Britney/Brittany”, que si bien me hizo babosear, no me dejó muy conforme que digamos.

Como ya nos tenía acostumbrados, Glee está vez se metió con otro tema importante: la religión. Aunque quizás más que elegir como tema a la religión, podríamos decir que, en general, se habló de espiritualidad. Ya hace semanas se venía diciendo que sería un excelente capítulo, que nos haría llorar, que es uno de los mejores hasta el momento, y otros también se expresaron para decir que Glee ya no está como antes y que este episodio, centrado especialmente en Kurt (Chris Colfer), fue realmente aburrido. Opiniones, claramente, por eso, como quiero expresarme, aquí va la mía.

No sé por dónde empezar, porque a veces con estos temas trascendentales ni siquiera tenemos muy en claro qué pensamos o qué sentimos, pero voy a hacer el intento… ¿me siguen, queridas lectoras?

Primero que nada creo que el tema en general estuvo bien tratado y sin perder el espíritu (qué término tan preciso…) de lo que es Glee, además de musicalizarlo con temas acordes (me encantó la versión de "One of us", una canción que me fascina y que siempre me hace recordar a la injustamente cancelada Joan of Arcadia). Hubo básicamente dos ejes fundamentales, por un lado el ataque cardíaco que llevó al padre de Kurt (Mike O´Malley) al hospital, dejándolo en coma, y haciendo sobrellevar al muchacho la idea de una posible pérdida que lo dejaría huérfano.

Por el otro, y aquí es donde esta genial serie (capítulo escrito por el adorable Brad Falchuk) aporta su tinte cómico y utiliza como metáfora un pedazo de comida, tenemos a Finn (Cory Monteith), que con su cara de paspado descubre el rostro de Jesús en su tostado de queso, al que pasará a llamar “Grilled Cheesus”, lo que en español podríamos traducir como “Quesús”. El muchacho cree tener una revelación y se anima a rezarle a su mitad de sándwich, pidiéndole ganar el primer partido del campeonato de football.

El milagro (porque los jugadores del equipo local son todos unos muertos que nunca ganan nada) se realiza, y Finn cumple su promesa de dedicarle a su Quesús la semana musical del club glee.

De esta manera se introduce el asunto religioso en la clase, las opiniones se dividen, los distintos credos aparecen, y las canciones no se hacen esperar. Los problemas tampoco, porque Kurt, que además no está pasando la mejor semana de su vida, deja bien en claro que no cree en ningún dios, y Sue Sylvester (Jane Lynch) se aprovecha de esta idea y comienza a crearle problemas a su enemigo preferido, el profesor Shue (Matthew Morrison), cuando insiste en que el Estado está separado de la Iglesia, y que en la escuela pública no tendría por qué hablarse de religión. Estoy de acuerdo, pero como asegura el director de la institución (Iqbal Theba), que por una vez dice algo coherente, los chicos deberían ser libres de poder expresar sus ideas religiosas.

A esto se suma Rachel (Lea Michele), preocupada porque su novio anda con ideas alocadas en la cabeza, y ella desea criar a sus futuros hijos (que si los piensa tener con Finn, yo le aconsejaría que los tres o cuatro primeros los tire, por las dudas) en su religión, que es la judía, y quiere tener en claro que el muchacho no se opondrá a eso. No te hagas drama, Rach, que es la madre la que le pasa su religión a los niños (en la mayoría de los casos), y yo me preocuparía más porque tu novio desperdicia un pedido (o un deseo, porque el ganso piensa que Quesús funciona como el Genio de la lámpara) en que vos lo dejes tocarte los pechos.

Sabemos que Brittany (Heather Morris) se duerme mientras reza; que Puck (Mark Salling), otro que por una vez dice algo respetable, piensa que la verdadera espiritualidad es disfrutar la vida que tenemos, y de paso canta una canción sobre chicas católicas muy simpática; que Quinn Fabray (Dianna Agron) era la mayor chupacirios de la temporada anterior, pero que en este capítulo apenas le tiran un hueso; que Mercedes (Amber Riley) va siempre a la iglesia; y que Rachel ya está pensando en el bar mitzvah de sus críos no natos. Pero no se nos da una pista sobre las religiones o a los pensamientos de Santana (Naya Rivera), de Tina (Jenna Ushkowitz), de Artie (Kevin McHale) o de Asiático Número Dos (Harry Shum Jr.). ¡Una lástima!

¿Por qué me gustó el tema? Porque creo que es un tema serio que nos toca a todos, de una forma o la otra. Queda una idea en claro cuando terminamos de ver los cuarenta y cinco minutos de serie: todos necesitamos creer en algo, y eso es lo que le dice Mercedes a Kurt antes de dedicarle el servicio del domingo en la iglesia a la que asiste y canta. Mercedes no lo convierte en cristiano, ni logra que crea en ese “dios” del que todos hablan, pero sí consigue que Kurt abra su corazón; que deje que los demás recen por él, porque quizás es lo que los demás necesitan para lidiar con la vida y la muerte; y logra que su amigo se dé cuenta de algo muy importante: primero que nada, que no está solo; segundo, que sí cree en algo, que aunque no sea nada místico ni que requiera culto, sí es sagrado: su familia.

Es imposible para mí (@Debora_dora) no sentirme un poco identificada con Kurt. No, no me visto con su estilo chic, nada de eso (de hecho, creo que junto con Rachel seríamos un interesante “fashion emergency” para él), pero sí soy gay, como el chico, y en algún momento tuve una crisis de fe. ¿Quién no tuvo alguna crisis de fe en algún momento de su vida?

 

Yo fui toda mi vida a colegios católicos, de monjas primero, de curas después, por supuesto porque es donde me mandaron mis progenitores, que no son ni tan tan, ni muy muy católicos, pero bueh… Nunca fui, lo que se dice… muy religiosa. Estuve por tres años consecutivos por llevarme Catequesis (la materia) a diciembre (para las que no viven en Argentina, sería algo así como reprobarla). Me escapaba de las reuniones en la iglesia siempre que podía, y cuando nos obligaban a confesarnos multitudinariamente, siempre encontraba alguna razón por la que refugiarme en el baño. De qué se habla acá que yo me opongo, siempre tuve discusiones con compañeros y profesores por el tema del aborto, la eutanasia, la homosexualidad, la anticoncepción, y ese tipo de asuntos que serán de debate eterno.

Así que a los dieciocho me hice exactamente el mismo planteo que Kurt Hummel expresa ante el resto del club: “la razón por la que no voy a la iglesia es porque la mayoría de las iglesias no piensan demasiado bien de los gays. O de las mujeres. O de la ciencia”. ¡Cuánta verdad, querido Kurt! ¿Por qué iba a ir a una iglesia que no comulga con mi forma de vida? La respuesta no fue dejar de ir al templo, ni de dejar de cantar canciones en la misa del domingo (ojo, tampoco era tan afecta a comulgar), y mucho menos de limitar mi creencia a la hora de rezar antes de irme a acostar o al día de festejar la navidad.

Ok, sé que esta foto parece totalmente descolgada aquí en medio, pero ver a Dianna Agron moviéndo sus hombritos es toda una experiencia religiosa...

Si la misma iglesia (creada por la gente y sostenida por ellos mismos) no me aceptaba, tampoco podía yo seguir profesando esa fe. Fueron tiempos duros, porque al mismo momento tuve que lidiar con el tema de la salida del clóset y demases, pero lo superé. No, no me uní a ningún culto (salvo al de la Diosa Clito), ni me rapé a cabeza para meterme en una secta, y tampoco dejé de creer en algo superior que va más allá del entendimiento humano. Simplemente me hice a un lado, me tranquilicé y busqué algo que me haga sentir bien. Muchas sabrán qué es ese “algo” para mí, otras no, pero en el momento en que necesite volver a rezar, a rendir culto, o a profesar mis creencias, lo haré con total convicción. De la misma manera que Mercedes busca confort en su congregación, que Quinn se siente agradecida por la ayuda del Señor, o que Kurt descree de cualquier credo.

Disculpen si lo torné un poco personal, pero es imposible mantenerse al margen de estos asuntos, cuando Glee los pone en el centro de la acción y se sirve de historias comunes, de frases repetidas y de esos pequeños detalles que convierten al musical televisivo en un platillo delicioso (sí, como el Grilled Cheesus de Finn). Es ese sándwich la representación de una estatua llorando lágrimas de sangre, de la imagen de una virgen aparecida en una mancha en la pared, o de un hombre o mujer con el poder de curar; es ese “algo” que lleva a una persona a creer que hay algo más allá de la mortalidad, que renueva la fe de la gente, que refuerza su convicción, que nos hace plantear la posibilidad de obtener una recompensa. Porque la fe es eso después de todo, la creencia en algo que no se puede comprobar, que no se puede tocar, incluso muchas veces que no se puede explicar. Es la fe la que mueve montañas, la que crea pirámides, la que nos mantiene vivos.

Y así como vemos a Finn embelesado por esa aparición que lo hace sentir único, y que lo conecta en “línea directa”, como dice él, con el Señor, y lo vemos renovar su fe, arrodillarse ante esa imagen y rezarle a una fuerza superior, también vemos su estrepitosa caída cuando alguien lo baja del caballo y le hace ver la realidad. Entonces estoy solo, entonces no soy nada fuera de lo común, entonces el hecho de que hayamos ganado el partido, de que le haya podido meter mano a mi novia y de que un terrible accidente me haya devuelto el título de quarterback no fueron milagros ni una respuesta a mis súplicas, todo eso fue pura casualidad. Entonces, Finn canta “Losing my religion” y se come el sándwich.

Glee hace foco sobre la gente que reza sólo cuando lo necesita, cuando se acuerda, cuando algo, aunque sea un detalle, como dejar tostar demasiado el pan, nos indica que hay algo más allá, algo irreal, algo místico. Pero también hace hincapié en la falta de fe, en ese momento en que la fe se pierde, y en que “dios” o esa fuerza poderosa nos parece pura fantasía, como sucede en el caso de Sue, al sentir que sus rezos jamás fueron respondidos, cuando pedía que su hermana se curara, o al menos que la gente dejara de burlarse de ella.

Algo similar le sucede a Kurt: “Dios es un idiota, ¿no lo es? Él me hace gay y luego tiene a sus seguidores alrededor mío diciéndome que esto es algo que elegí. Como si alguien eligiera ser molestado cada día de su vida”.

Distintas formas de alejarse de la religión, distintas maneras de acerarse, y diferentes puntos de vista ante un tema que siempre ha marcado al mundo. Porque aunque se alabara a múltiples dioses, se creyera en un panteón, se proclamara a un único dios, se persiguiera a otros por pensar o sentir diferente en nombre de ese "dios", la verdad es que la espiritualidad es tan antigua como el mismo ser humano, desde el momento en que ha tenido tiempo de reflexionar, de mirar hacia el cielo en busca de respuestas y, principalmente, en el preciso instante en que formuló su primera pregunta: ¿por qué?

¿Lo hice largo? Perdón… me desahogué, y claro que me gustaría conocer sus opiniones al respecto. ¿Les gustó el capítulo? ¿Creen que estuvo bien tratado? ¿Piensan que Kurt (el alter ego adolescente de Ryan Murphy) tiene mucho protagonismo? ¿Que Quinn tiene demasiado poco? ¿Qué Finn como cantante mejor que se dedique a tostar panes? ¿Qué me dicen?

Yo desde aquí les agradezco por haberme leído, y ahora quiero que todas juntas, las seguidoras de “Achele” y de “Faberry” me ayuden con esta plegaria, que ya he comenzado en el grupo de Facebook. Oremos para que Grilled Cheesus escuche nuestras súplicas y que realmente Quinn y Rachel se besen en algún capítulo, como se rumorea que lo harán. ¡Amén!